domingo, 19 de septiembre de 2010

El juego comienza

La tranquilidad de una oscura noche fue interrumpida por un automóvil negro que avanzaba a toda velocidad por una solitaria calle, detrás de su rápido camino levantaba el polvo, y la escasa basura que se encontraba ahí alzaba el vuelo para después depositarse en un nuevo lugar.
Dentro del automóvil se encontraban cuatro hombres. La noche y la oscuridad del vehículo hacia imposible que se distinguieran. El que conducía mantenía fija su mirada en el camino para evitar una tragedia. El copiloto dirigía su mirada hacia su lado derecho mientras aferraba con sus fuertes manos un objeto que parecía un jarrón. Los otros dos hombres, los más jóvenes del grupo, que se encontraban en la parte trasera del auto, fijaban sus ojos hacia el camino que tenían por delante. Ninguno de los cuatro tenía ánimos de entablar una conversación. Cada uno había adoptado esta postura desde que se habían subido al coche, se encontraban ausentes, parecían cuatro desconocidos entre sí, como si temieran que si algún sonido se animaba a salir de su boca los condenaría a muerte.
Las luces de los pocos faroles que iluminaban la carretera entraban como rápidos bólidos dentro del automóvil sólo para reflejar la terrible incertidumbre y angustia que se materializaba en el rostro de los cuatro hombres.
Después de varios minutos que parecieron una eternidad, el piloto articuló palabra por primera vez, dirigiéndose a los otros tres sin cambiar su mirada
— Llegaremos en cuestión de minutos. Nuestro pensar no acepta cobardes. ¡Así que cumplan con su palabra!
Los otros hombres no contestaron. El par que se encontraban en la parte trasera del auto tensaron su rostro y apretaron con fuerza su mandíbula. El copiloto, al contrario, relajo las manos del jarrón mientras una triste sonrisa, que pareció más una aceptación, se dibujo en su rostro. Sus ojos reflejaban las fugaces luces que se colaban por la ventana mientras el fuerte viento batía su corto cabello apenas cubierto de canas.

La velocidad del coche fue disminuyendo poco a poco hasta que se detuvo en su totalidad. Las luces de los faroles delanteros iluminaron una gran barda de concreto. Con voz grave el piloto ordenó que salieran del auto mientras se dirigía hacia la cajuela del vehículo.
Los tres hombres obedecieron sin protestar. Cuando los cuatro estuvieron fuera emprendieron una caminata con el piloto a la cabeza, que ahora cargaba un maletín mediano de piel color negro, el cual había sacado de la cajuela.
Se detuvieron hasta llegar a una reja tan angosta que parecía imposible que un hombre de complexión normal pudiera atravesar. El piloto sacó una pequeña llave plateada de uno de los bolsillos de su pantalón para abrir la cerca. Cuando el seguro cedió con un pequeño chasquido habló por tercera vez.
— Yo iré al frente. Y tú… —Señaló con un dedo al que le hizo de copiloto en el automóvil, que aún llevaba en sus brazos el jarrón que parecía ser algo pesado. — Irás detrás de mí. Ustedes dos… —Se dirigió al resto de ese extraño equipo. — Irán detrás de Víctor. Caminaremos en fila, muy cerca, nuestro objetivo es llegar hasta un pequeño muelle que se encuentra al final del sendero que vamos atravesar. El jarrón deberá llegar intacto. — Hizo una breve pausa antes de continuar. — No importa se hay bajas entre nosotros. El jarrón es lo más importante. Mucho más importante que nuestra propia vida.
Mientras el líder habría la estrecha reja los dos que finalizarían aquella marcha intercambiaron miradas que hizo aumentar su nerviosismo. Víctor, el hombre que llevaba el jarrón, no pareció sorprenderse al escuchar lo extraño que sonaban las palabras que acababa de escuchar.
Una vez abierta la reja el líder la atravesó, fue necesario ponerse de lado para poder llevar a cabo esa acción. Cuando el hombre desapareció en la oscuridad los otros tres siguieron su ejemplo. Víctor fue el más cuidadoso en cruzar aquella delgada abertura, ya que no debía romper el jarrón.
La amplia y poco iluminada calle desapareció detrás de sus espaldas y la nueva vista fue aún peor. Habían entrado a una especie de bosque. Los grandes y gruesos árboles, junto con la oscura noche, daban una horrible imagen. El escaso cálido ambiente que habían sentido hace unos momentos fue cambiado por un frío seco que cortaba un poco la respiración. ¿Cómo era posible que existiera un gran bosque detrás de una simple barda de cemento?

— ¡Ted! — John habló al último hombre que cerraba la fila, el cual se había rezagado unos cuatro metros de la comitiva — ¿Qué haces? Acércate a Hill.

Conforme fueron avanzando encontraron cada vez más tenebroso el lugar. El camino, rodeado por los enormes árboles, se extendía cada vez más y no parecía tener fin.
Ted y Hill, que eran los más jóvenes, empezaban a sentirse más ansiosos y nerviosos. Los árboles parecían murmurar una canción de horror y le hacían coro unos gritos ahogados que avanzaban por la espesura del bosque.
Los cuatro hombres caminaban más y más sin ver otra cosa que la oscuridad y la tenebrosa sombra de los árboles, escasamente proyectadas por la tenue luz de las estrellas que se lograba colar por el estrecho sendero donde desfilaban aquellos hombres.
 — Esto ya no me está gustando para nada Hill. — Articuló Ted casi en un susurro que era apenas audible para Hill. El cual tuvo que hacer un gran esfuerzo para escuchar lo que su compañero decía.
— Estoy de acuerdo contigo. — Murmuró Hill de la misma manera. — No es lo que esperaba. Es más tenebroso de lo que imaginé.
— ¿Sabes qué es lo que contiene ese dichoso jarrón? Considero que es demasiado circo, maroma y teatro para protegerlo.
— Ni idea. — Hill hizo una breve pausa antes de continuar. — El único que debe saber es John.
Los labios de ambos apenas se movían, hablaban tan quedamente para que John y Víctor no se dieran cuenta de su plática privada.
— Apuesto mi brazo izquierdo a que Víctor también sabe algo. — Continuó Hill después de que un lamento, que se desprendió en algún lugar del bosque, se ahogara.
— No creo. Es más creo que ni John sabe precisamente lo que hacemos. Puntualizó Ted antes de sumirse otra vez en el espectral silencio.
Continuaron caminando por unos diez minutos sin decir palabra alguna. Los pasos eran uniformes y de un ritmo normal. De pronto un grito sofocó el terrible silencio, esta vez se escuchó más cerca que nunca.
— Manténganse unidos. Cerca del jarrón. — Empezó John. — Y no hagan ninguna estupidez si no quieren… ¡APAGA ESA MALDITA LÁMPARA! ­— Gritó John a Ted, quien había encendido una pequeña lámpara de mano.
— ¡Muchacho estúpido apaga eso antes de que atraigas a esas malditas cosas! — Dijo John con voz un poco más queda pero con mayor nerviosismo.  — Demasiado tarde. Manténganse juntos y cerca del jarrón y cierren el pico. — Continuó John.
Ted apagó la lámpara con manos temblorosas. De pronto ésta se le cayó de las manos al observar a lo que se refería John.
Unas criaturas grises se acercaban volando al ras del suelo, parecían una especie de fantasmas. Como si fueran un pedazo de tela gris arrugada que un fuerte viento hacía volar. Eran más de media docena y rodeaban a los cuatro hombres sin acercarse demasiado.
— Manténganse unidos. — Dijo una vez más John. — Son espectros, mientras estemos cerca del jarrón no nos harán daño… ¡NO, REGRESA AQUÍ! — Gritó John a Ted, quien había arrancado a correr hacia la dirección de donde habían venido.
— ¡NO! — Volvió a gritar John. Pero esta vez se dirigió a Hill, quien había hecho un movimiento para seguir a Ted. — Ya no tiene caso. — Puntualizó con un tono severo en su voz.
En ese momento la luz de las estrellas pareció aumentar. Lo cual ayudó a los hombres que no se habían movido de su lugar a apreciar la escena. Los ocho espectros habían levantado por los aires a Ted. Parecía que se habían unido en una gran masa gris en torno al cuerpo del joven hombre. Dos sonidos invadieron el lugar, los gritos de desesperación y dolor de Ted y los alaridos, aún más horribles que nunca de los espectros. La combinación de los escalofriantes sonidos hizo que John y Hill se taparan los oídos. Víctor por su parte solamente pudo hacer unas muecas de dolor ya que no debía dejar que el jarrón se hiciera añicos sólo para cubrir sus orejas.
En ese momento los gritos de Ted se hicieron más audibles que los alaridos de  los espectros, parecía como si le arrancaran cada una de las partes de su cuerpo. Eran gritos de dolor. Un dolor que los otros tres hombres no podían imaginar. A los gritos de Ted y los gritos de los espectros se les unió un ruido de desgarre, al poco tiempo de que este sonido comenzó, los gritos de Ted cesaron. Y los gritos de los espectros se convirtieron en carcajadas de excitación. Segundos más tarde las ropas desgarradas de Ted cayeron al suelo sin rastro de él. Los espectros habían hecho su trabajo y se dirigieron hacia donde se encontraban los otros tres hombres.
— Continuemos. — Articuló John después de recuperar su expresión severa y tomar valor, lo que le llevó bastante esfuerzo. — Mientras estemos cerca del jarrón no nos podrán hacer nada.

Minutos más tarde, el silencio fue remplazado por el sonido de un suave oleaje, podían respirar la sal en el ambiente. Habían llegado a un pequeño muelle.
— ¿Y qué pasará ahora? — Preguntó Hill.
— Creo que la respuesta es obvia — Contestó John al momento que estiraba su brazo para señalar una pequeña embarcación que apenas era visible con la luz de las estrellas. — Sigamos.
El contingente continuó su andar. Ninguno de los tres hombres articuló sonido al momento de acomodarse en la pequeña lancha. Mientras, los espectros, rodeaban a los hombres manteniendo una prudente distancia.
John ordenó a Hill que tomara una de los remos, era obvio que la misión de Víctor era no soltar ese jarrón por nada del mundo.
Iniciaron su travesía por lo que parecía una especie de lago pequeño, la luz de las estrellas no era de gran ayuda, ya que tenían un escaso campo visual.
Hill apreció que no eran los únicos que seguían en movimiento, los espectros aún los acompañaban y extrañamente habían aumentado en número.
— Aterrador, ¿No es verdad muchacho? — Hill se sobresaltó al escuchar la gruesa voz de Víctor.
— Bastante diría yo. — Respondió Hill con los ojos como platos.
— Espectros. — Dijo Víctor con voz sombría, lo que provocó un incómodo cosquilleo en la piel de Hill. John emitió un sonido de desagrado porque Hill estuvo a punto de tirar arrojar al agua el remo que tenía en sus manos.
— ¿Qué le hicieron a Ted?
— Algo muy desagradable para mí gusto... ¿Qué? El chico quiere saber. — Dijo Víctor al ver que John le lanzaba una mirada de que no tenía ganas de escuchar esa conversación.
— ¿Qué le hicieron a Ted? — Repitió Hill.
— Digamos que consumieron su cuerpo.
— ¿Cómo?
— ¿Estas sordo chico? ¡Consumieron su cuerpo, cada órgano, cada hueso, cada vena, cada pensamiento, cada sensación!. — Dijo John al borde de gritos.
Con ello Hill dejo caer el remo.
— Genial, ahora tardaremos más de lo debido. — Se quejó John.
— No demasiado diría yo. — Dijo Víctor.
Hill alzó la mirada al escuchar las palabras de Víctor. Un edificio sombrío y de gran tamaño invadía el panorama.
Tardaron diez minutos en llegar a la orilla y unos escasos dos minutos en desembarcar.
— Bienvenidos a Alcatraz. — Dijo John con algo de dramatismo en su voz.
No había una gran distancia entre el muelle y lo que parecía ser la entrada principal del imponente y terrible edificio.
Dos grandes leones de cemento flanqueaban una pequeña escalera, de apenas siete escalones, que conducía a una gran puerta de mármol.
Los tres hombres subieron la escalera. John sacó una nueva llave, esta vez la obtuvo del maletín que había sacado de la cajuela del automóvil. Hill percibió unos pequeños reflejos que provenían del interior del maletín pero no logró distinguir lo que era.
John quitó el seguro y con gran esfuerzo abrió la enorme puerta, la cual rechinó; parecía que había pasado mucho tiempo desde la última vez que ésta fue abierta.
Con un ademán del brazo, indicó a Víctor y a Hill que entraran al edificio. Una vez los tres dentro, John cerró la puerta con otro fuerte chirrido.

Tres pares de ojos fueron invadidos por una oscuridad total. El olor a humedad, mojo y salitre predominaba en el aire. Pocos segundos después John sacó una lámpara de mano, algo más pequeña de la que había utilizado Ted minutos antes. La luz que se proyectaba en el interior de Alcatraz era muy escaza. Hill se encontraba casi al borde de la demencia ya que lámpara solamente iluminaba unos dos metros hacía el frente. Ninguno de los tres hombres podría distinguir qué es lo que se encontraba en aquél lúgubre lugar, pero definitivamente, John y Víctor sabían hacia dónde se dirigían.
Caminaban de forma recta y en una que otra ocasión giraban hacia la izquierda o hacia la derecha. Los ojos de Hill parecían que se iban a salir de sus cuencas, su desesperación iba en aumento. Acabada de asimilar que era el único del pequeño grupo que no sabía hacia dónde se dirigían. ¿Y si era una trampa? ¿Qué tal si lo despachaban en ese momento? ¿Lo llevaban de carnada?
 Debería de correr, huir lo más rápido posible de ese horrible lugar, no importaba si tardaba en buscar la salida, cualquier cosa era mejor que estar con ese par de extraños. Una vez que encontrara la salida tomaría el pequeño bote y remaría hasta alejarse de Alcatraz, dejaría a ese par en ese lugar y jamás sabrían de él. Una vez en tierra libre, buscaría un taxi y pediría que le lleven al aeropuerto más cercano. Qué bueno fue poner un el bolcillo de su pantalón el fajo de dólares. Tocó su bolcillo para asegurarse que los billetes todavía estuvieran ahí. Y efectivamente todavía lo acompañaban. Ya en el aeropuerto compraría un boleto para el próximo vuelo a la ciudad de México, se contactaría con su hermana Sofía y jamás sabrían de él.
Sus pensamientos fueron interrumpidos con la voz de John.
— Este es el lugar. — Dijo con voz seria.
Se encontraban en lo que parecía ser una pequeña celda de cárcel. John se agachó y empezó a tocar la pared derecha de la celda como si buscara algo. Al poco tiempo hubo un pequeño ruido como si algo cediera.
Hill no lograba apreciar la escena con claridad. No entendía bien lo que pasaba.
— ¡Muchacho, toma la lámpara! — Ordenó Víctor.
Hill obedeció y alumbro a sus dos compañeros. Sus ojos miraban pero su cerebro no captaba lo que sucedía.
Este era el momento preciso, Víctor y John estaban agachados en una esquina de la celda. Arrojaría la lámpara con fuerza y eso le daría la oportunidad de correr. Ninguno de los dos lograría alcanzarlo. El brazo que sostenía la lámpara se tensó, estaba a punto de arrojar la lámpara cuando la voz de John interrumpió una vez más sus pensamientos.
— Todo listo. Regresemos.
La mente de Hill quedó en blanco. John y Víctor pasaron a su lado y empezaron la marcha de regreso al muelle.
— ¡Muévete muchacho, no querrás quedarte atrás! — Dijo Víctor.
— Novatos. — Expresó John.
El camino de regreso lo hicieron de nuevo en silencio, cada quién con sus propios pensamientos.
Había muchas cosas que inquietaban a Hill ¿Eso era todo? ¿Tanto drama por nada? En todo caso únicamente Víctor y John habían participado en esa misión tan misteriosa, entonces ¿Cuál era el propósito de que Ted y él mismo los tuvieran que acompañar? La respuesta vino tan rápido como la pregunta. Servirían de escoltas, eran las carnadas potenciales para proteger las vidas Víctor y John. Lo que realmente importaba era que ese par de tipos llegara sano y salvo a Alcatraz.
El ruido de la puerta principal lo regresó a la realidad. La luz de las estrellas era segadora y los tres tuvieron que cubrirse los ojos con sus manos. Después de un par de minutos sus ojos se adaptaron y lograron apreciar el lugar con mayor claridad. Hill notó que a Víctor le hacía falta algo, ya no llevaba el jarrón; sin duda lo habían depositado en algún lugar de aquella celda pequeña.
— Trabajo hecho. — Dijo John después de dar un largo suspiro. — Todos estuvieran orgullosos de nosotros, hemos logrado el propósito principal después de tanto tiempo.
Víctor asentía. Hill simplemente no entendía nada.
John abrió su maleta y sacó tres cápsulas del tamaño de un cigarrillo. Las cápsulas reflejaban la luz de las estrellas y contenían lo que parecía ser una mezcla espesa. Hill observó que una cápsula se quedó en la maleta.
John repartió las cápsulas entre el pequeño grupo. Una vez que los tres tenían su propia cápsula John alzó la suya como si fuera a dar un breve discurso de brindis.
— Por nuestro objetivo logrado. Y por el futuro.
Hill bebió su cápsula sin dejar que John terminara su discurso. A los escasos diez segundos de haber terminado de beber su cápsula unos ruidos familiares pero terribles se escucharon y antes de que éste pudiera saber qué sucedió dos espectros lo tomaron por los brazos y lo elevaron por los aires. Ruidos de desgarre, chillidos de los espectros y los gritos de Hill rompieron el silencio. Poco tiempo después las prendas de Hill cayeron en el agua y se hundieron.
— Novatos. — Dijo John sin darle importancia a lo sucedido. — Casi lo olvido. — Continuó John con tono normal. — Debemos de hundir el bote.
Se dirigió a la pequeña lancha y con una fuerte patada logró abrir un agujero en la base del bote. El cual se empezó a llenar de agua, no tardaría en hundirse.
John se puso frente a Víctor y alzó una vez más su cápsula.
— Por el futuro.
— Por el futuro. — Contestó Víctor.
Los dos hombres bebieron sus respectivas cápsulas.

El ambiente cambió en un instante. El aire se sentía pesado y los alaridos de los espectros se escucharon una vez más.
— No debiste haberlo hecho Víctor. — Empezó John. — ¿Creíste que no me iba a enterar? Qué absurdo que hayas pensado eso. Pero no eres el único que ha hecho su última jugada. Simplemente no debiste.
Víctor puso los ojos como platos. ¿Cómo era posible que John se hubiera enterado? Todo lo había hecho con mucha discreción y con sumo cuidado. No había forma de que alguien se enterara, la realidad era otra. Una terrible sensación recorrió cada fibra de su cuerpo. John pudo notar la expresión de Víctor y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.
— El juego ha empezado querido amigo. — Dijo John con la sonrisa cada vez más pronunciada.
Esas fueron sus últimas palabras. Tres espectros tomaron a John por los aires y absorbieron cada parte de su ser.

Víctor seguía ahí sin moverse. Se sentía estúpido. Su mente se encontraba en otro lugar. ¿Qué había hecho mal? Había arruinado su vida por lograr el propósito de aquella noche. Y ahora una vida más sería arruinada por su culpa. Una vida que no era la suya, sin embargo era lo más valioso que tenía.
No sintió cuando los espectros lo levantaron por los aires, ni cuando uno de ellos le arranco uno de sus brazos. Ya no sentía nada, su plan había fallado y él ya no estaría más para solucionarlo.
Unos labios podridos y fríos tocaron sus labios sintió cómo algo de su interior era aspirado por aquella asquerosa boca.
Antes de sucumbir en manos de los espectros, una frase se le vino a la mente: El juego ha empezado querido amigo.